Nacido en el seno de la Unión Soviética, desde muy joven Andrei Roiter manifestó su vocación por la pintura aunque se matriculó en Arquitectura y pintaba en la clandestinidad. Junto a otros artistas como Nikolai Filatov y Herman Vinogradov, crearon e...
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Nacido en el seno de la Unión Soviética, desde muy joven Andrei Roiter manifestó su vocación por la pintura aunque se matriculó en Arquitectura y pintaba en la clandestinidad. Junto a otros artistas como Nikolai Filatov y Herman Vinogradov, crearon el grupo Kindergarden, que fue durante un tiempo el centro del mundo de los artistas moscovitas, utilizando, el edificio abandonado que custodiaban, para centro de arte.
Hasta los 28 años Roiter vivió en Moscú trabajando discretamente en la pintura, hasta que el gobierno aperturista de Gorbachov hizo posible que el artista saliera de Rusia por primera vez en 1988, para acudir a una exposición en Bruselas. Posteriormente se instaló en Amsterdam, donde a día de hoy mantiene su estudio, junto con Nueva York. Siempre que Roiter visita su Rusia natal, se siente extraño en Moscú, al igual que en Amsterdam o Nueva York. Su destino es ser un extranjero permanente y es esta idea la que impregna toda su obra.
La obra de Andrei Roiter es un compendio de toda una serie de vivencias y experiencias personales que se remontan a su juventud -marcada por el totalitarismo soviético- y se extienden hasta el actual clima político global. Cuestiones como la emigración, el exilio voluntario y la búsqueda de la propia identidad, están presentes en el repertorio iconográfico del artista. Así, uno de los elementos que Roiter más repite es el cuadrado con el círculo en el centro, donde el artista nos habla de apertura y huida. Roiter también se inspira en otros artistas que interactúan con los límites espaciales, como Lucio Fontana o Gordon Matta-Clark. La arquitectura es otro de sus temas más reiterados, pues hay que recordar que se formó durante algunos años en esta disciplina. Utiliza colores oscuros y apagados, bajo los que subyace la melancolía del artista y donde sin embargo, persiste la presencia de una delicada luminosidad.
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