La obra de Rafael Fuster (Murcia, 1978) se ha caracterizado desde un principio por una reflexión en torno a los límites de la percepción. Un juego barroco con el ojo del espectador que pone en cuestión la relación entre lo que vemos y lo que existe, ...
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La obra de Rafael Fuster (Murcia, 1978) se ha caracterizado desde un principio por una reflexión en torno a los límites de la percepción. Un juego barroco con el ojo del espectador que pone en cuestión la relación entre lo que vemos y lo que existe, la tensión entre lo que pensamos que son las cosas y la experiencia de lo que realmente son. A través de un trabajo escultórico minucioso, sus obras anteriores ponían en práctica dicha tensión. Una representación precisa del mundo que lograba confundir al ojo y que ponía en entredicho el conocimiento a través de la visión. La dureza y solidez del metal con el que se realizaba la escultura adoptaba las características de la ductilidad y fragilidad del papel, los objetos también de desecho que representaba la escultura. Aunque la ilusión y el simulacro eran fundamentales, no se trataba de un engaña-ojo tout court. A diferencia de las composiciones barrocas donde, tras la evidenciación del engaño, las obras dejaban de tener sentido, las esculturas de Fuster seguían manteniendo la tensión entre mundo imaginado y mundo real. Cuando tocábamos el objeto –ya fuera con el tacto o con una mirada háptica– y desvelábamos el supuesto engaño, la propiedad ilusoria no desaparecía del todo. De algún modo, la liviandad del papel, su fragilidad, seguía presente y ya no la podíamos quitar de en medio. Más que engañar al ojo, lo que hacía el artista era proyectar unas cualidades sobre los materiales que se quedaban allí para siempre. Unas cualidades que no solo son físicas, sino que tienen que ver, en el fondo, con serie de ideas acerca del mundo –precariedad, abandono, residualidad…– que impregnan el discurso de la obra. Y es que el proceso de “confusión de la mirada” con el que trabaja Rafael Fuster tiene lugar por el agudo y preciso trabajo de mímesis, pero también –quizá más incluso– por el objeto de la representación: el residuo. Como hemos dejado escrito en otro lugar, su obra puede ser entendida como una “alegoría de la residualidad”.
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